lunes, agosto 21, 2006

Pelear, morir.


Escupió un asqueroso pedazo de alimento reciclado, justo antes de caminar hacía mí. Mientras caminaba miraba hacia todos lados, como revisando que nadie le vigilara los pasos. Se paró justo al lado mío, tan cerca que nuestros cosatados se rozaban ligeramente.
—¿Puedes olerlo?— susurraba, como temiendo también que alguien vigilara sus palabras —Los cambios que los Ancestros advirtieron ya están sucediendo, sabes bien qué es lo que pronto sucederá.
—Lo que siempre ha sucedido, huiremos, no nos queda más— le aseguré.
—¡Claro que queda más!— se sobresaltó, e intentó regrersar a la calma— lo sabes bien, los Ancestros nos mostraron las dos alternativas: huir o pelear.
Por supuesto, de los Ancestros, aprendimos aquello, pero también nos dijeron sabíamente que aun no había llegado el día en el cual comenzar la Revolución. El momento llegaría algún día, cuando los gigantes llegaran al absurdo en su camino a la locura, sería entonces cuando morderiamos su yugular y nos alimentariamos de su sangre tibia, pero nadie podía decir cuándo eso sucedería.
—Ha llegado el día, no podemos soportar más esto, es deplorable. ¡Miranos! Estamos olvidados en el último rincón del mundo, el rincón más solitario, el más pobre, el más sucío, el peor. Ahora es tiempo.
—¿Estás hablando de sublevación? ¿Cómo piensas hacer eso en tan precarias condiciones?
—Silencio, no hables de eso frente a ellas— señaló el rincón en el que descansaban, por ese día, las madres que cargaban el futuro de nuestra Tradición. —Hace tiempo, cuando fui a explorar territorios en busca de alimento, me topé con varias tribus como la nuestra viviendo en refugios precarios, siempre huyendo con miedo, sin más futuro que una vaga esperanza. Todas esas tribus, incluyendonos, esperan un caudillo, quien lidereé tan anhelada guerra, un mesias con aptitudes extraordinarias, justas para alcanzar la liberación. Pero, aquí entre nos, nunca existirá tal caudillo. Estamos abandonados a nuestras propias fuerzas, nadie llegará a salvarnos; sino salimos solos de éste pozo, no saldremos de ninguna otra manera. ¿Me etiendes?
Podía descifrar sus palabras, en general eso se llama entender, con todo, no podía asimilar lo que me decía, no entendía. Toda la Tradición, en cierta medida, se basa en la suposición de un día de libertad, y de un caudillo que luche hasta el final por ella. No es posible quitarse de la cabeza una creencia inculcada desde la cuna, incluso podía recordar a mi madre hablando del bello futuro en el que viviriamos cuando el lider no liberara. Comida a diestra y siniestra, luchando justamente con los competidores, sin esos malditos gigantes pisandonos los talones siempre, como en los primeros tiempos del mundo, un mundo de todos. La otra gran creencia fundadora, era la tradición misma, creemos, todos ustedes lo saben, que en el principio el mundo era de todos, hasta que lo gigantes aparecieron, no hay por qué abundar en este tema, sólo basta con decir, que a nosotros se nos encomendo vigilar sus pasos y acompañarlos hasta la tumba, castigo que se nos dio luego de nuestro propio intento de acaparar el mundo. Sólo aquellos que han vivido la más baja humillación , sólo ellos lograrán una revolución justa, pues recobrarán el mundo no sólo para sí mismos, sino para todos los oprimidos, no se cansaba de repetirme esto mi viejo maestro.
—Tenemos que luchar todos, todos por la misma causa, pero por separado. Nunca lograremos una unión más que aquí— golpeó su cabeza contra la mia.
—¿Que planeas hacer?— Verdaderamente, no entendía por qué me lo contaba a mí, yo que sólamente cuidaba de las feminas, y de algunos crios. ¿Qué podía hacer yo por su lucha?
—Te decía, en esos largos viajes por el alimento, fui convenciendo a los habitantes de los diversos refugios, al comienzo fue difícil, como ahora lo es para ti, pero, poco a poco, se dieron cuenta de la verdad que les profesaba. Estamos sólos, pero aun separados, podemos ganar una guerra si todos luchamos sin rendirnos. Hoy capturaremos a los asesinos que vienen a matarnos, mañana ellos huiran de nosotros, sus asesinos. Pero no podemos arriesgar todo de una vez, eso sería absurdo. ¿Comprendes?
Debí suponerlo desde el principio, él quería algo de mí, si no por qué contarme todo esto, me resolví a preguntarle —¿Qué quieres que haga?
—Nada— contestó reciamente —Nada más de lo que siempre haces.
Traté de contenerme y no expresar mi sorpresa, en aquel tiempo no comprendí bien que sí iba a hacer algo, y ese hacer nada me impactó. Ante mi sorpresa, agregó.
—Vete con ellas, con las madres de nuestros crios, acompañalas hasta la grieta más profunda y cuida de su descendencia, cuidalas como nunca antes, mantenlas resguardadas hasta que la guerra culmine, o cuando menos, ésta batalla. Esa es tu tarea, la misma tarea que siempre has ejecutado, que por lo mismo, sé que harás bien. Nosotros, nos quedaremos aquí, y cuando lleguen los gigantes, con sus gases, dispuestos a aniquilarnos como vil plaga, será entonces que comenzara la lucha.
Golpeó su cabeza contra la mia y se marchó. Era tiempo de partir, tiempo de volverme guía, de nuevo, en esta pergrinación constante, en éste huir desesperado que se ha vuelto nuestra propia existencia. Escapamos sigilosamente del lugar, una por una, y al final yo mismo. Siempre he admirado a las madres que con devoción cargan a su prole, y que aun bajo el más infame de los tormentos se niegan a soltarla, a entregarla inevitablemente a la muerte. Anduvimos pues hasta hallar esa vieja grieta esteril que en tantas ocaciones nos había salvado, y en la que igualmente, tantas veces estuvimos casi occisos. En breve nos acomodamos al fondo de la oscura grieta, aunque siendo casi ciegos, nuca nos ha importado mucho la iluminación. Todo acontecía como de costumbre, madres que descansaban, pequeños incautos jugetones, y las bolsas bien guardadas. Mas en mi pecho, la calma de la cual siempre he presumido, se había ausentado, llegando como remplazo la más subita de las emociones, una esperanza y un anhelo que tuve que reprimir frunciendo el ceño.
No tardé mucho en comenzar a desesperar, algo en mí se negaba a quedarse esperando en el extremo más tranquilo, a que la guerra sucediera, sin siquiera darme cuenta. Debía ir con los valientes soldados, luchar lado a lado, y ser parte constitutiva de la Revolución. No esperó demasiado mi furor revolucionario, pues el hambre rondó por el largo y ancho de la grieta, y como se dijo antes, en esa grieta no crece nada, había que salir a recolectar algo. Obvio, fui el primer candidato.
Salí de la grieta, y caminé de regreso al viejo refugio, debía buscar comida, pero tambien debía concer la guerra. Me acerque con más sigilo del común, pasito a pasito, entre corriendo, entre ocultandome, hasta que los puede ver.
Gigantes portando enormes replicas de nuestros ojos, como burlandose carnavalescamente de su pobre victima, pues no les bastaba el somentimiento fisico, sino que además nos ofendian en lo profundo de la Tradición. Habían llenado el valle de tanques y utensilios de mortifera naturaleza, estaban a punto de atacar, y de ser atacados.
Atento desde un rincón, aterrorizado por la idea de moverme a cualquier sitio, lo vi, en lo alto de una repisa, El Lider de la guerra, mi antiguo compañero de refugio, se levantó en cuatro patas, clamando guerra, aleteó tan fuertemente que provocó un agudo zumbido, llamando a todas las tropas. Un gigante, sorprendido por el sonido, volteó a verle, El Llider, se arrojó valientemente contra él. Miles más también lo hicieron desde todas las repisas, desde los muros, y desde todo pequeño rincón. Yo seguía paralizado, mi tarea, la descubrí en ese instante, consistiría en conservar ésta cronica para la Tradición. El lider cayó en la mascara del gigante, mordió y rasguño con todas sus fuerzas, como los otros miles hicieron, pero el gigante le aplastó sin piedad alguna sobre uno de sus falsos ojos, embarrando sus visceras, quebanrdo su esqueleto, destruyendo al cauidillo de la Revolución, aquel que nunca creyó en caudillos.
No duró mucho la batalla, los gigantes soltarón los gases, pero las valientes tropas continuaron el ataque. Supongo, que como cualquier amo a quien se le subleva un esclavo, los gigantes cayeron en panico, huyeron indecorosamente. Esa batalla se ganó, mas fue la única, todos eso valientes perecieron, ante el incombatible enemigo del gas, no hubo nadíe que continuara la lucha. y no lo habrá, ¿saben por qué?
Porque el caudillo ya ha venido a la tierra, y ya se ha ido, El Lider vino sólo para mostrarnos, por la via de su propio sacrificio, que la guerra no es modo para liberarnos.
—Luchar sólo acarrea muerte, ¿me oyerón bien jovencitos?— les decía mientras me limpiaba una antena. —Más vale entonces, que se dejen ya de sentir libertadores, y que mejor vayan en busca del sustento, y que dediquen su tiempo libre para aprender la Tradición.

Comments:
encantador!
hace mucho que no leía ficción suya don. lo felicito.
 
muy buena... cada vez va puliendo mas su estilo... y arriba la tradicion!!!
 
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